
La llegada de un nuevo secretario de Gobernación a la casona de Bucareli es una ocasión propicia para recuperar el sentido y los alcances de la política en su acepción más clásica: aquella que tiene que ver con el diálogo, con la tolerancia entre adversarios, con la negociación de propuestas, con la construcción y rehechura incesante de condiciones para la concordia política y social y, en especial, con la utilización del marco legal para resolver conflictos.
La política es tan importante, que no puede quedar exclusivamente en manos de los políticos. Pero tampoco los políticos profesionales pueden excusarse de ejercerla para dejarla en manos de los ciudadanos. Por ello, en una democracia es deseable que a la esfera pública en sus diversas modalidades concurran los ciudadanos y representantes sociales y políticos más diversos, a presentar sus opiniones y a gestionar sus intereses.
La sociedad no puede dejar todo en manos de la clase política ni ésta puede arrogarse la representación completa de los intereses sociales. Una de las aportaciones fundamentales de la democracia consiste en ofrecer espacios para que los ciudadanos hablen, cuestionen y exijan cuentas a los políticos y en especial a quienes ejercen funciones públicas.
De ahí que la política se manifieste simultáneamente en la vertiente que protagonizan los políticos profesionales y, por otra parte, en las diversas arenas y modalidades en las que se manifiestan los ciudadanos y las organizaciones sociales de manera secular y extraordinaria.
La política importa en nuestra democracia de nuevo cuño, porque puede hacer posible el acercamiento del mundo de los actores políticos con el mundo de la vida, que alude al ámbito en el que se expresan las múltiples formas que adopta la sociedad civil.
Los vínculos entre la sociedad política y la sociedad civil fluyen o se obturan a partir del diálogo entre políticos, ciudadanos y líderes sociales. Especialmente en el contexto del actual régimen político mexicano, muy poco propicio para el diálogo y la negociación entre actores políticos que se asumen públicamente como antípodas y que muy probablemente en privado se repelen.
Ante este panorama, es necesario trabajar para que el diálogo político vuelva a recuperar el prestigio que alguna vez tuvo en este país como método para encauzar y resolver los conflictos sociales, sin que ello implique la exclusión o liquidación de los adversarios políticos.
Me parece que esa es la primera y fundamental tarea del nuevo secretario de Gobernación: prestigiar y legitimar el diálogo político. Si esto no se consigue de manera simultánea al acercamiento que ya tiene con los principales actores políticos, las negociaciones, los acuerdos y los resultados que se obtengan se verán afectados por el descrédito que se acumuló en los últimos años, por toda tentativa de diálogo que se trabó entre las fuerzas políticas y el gobierno en turno.
En un contexto de bajo aprecio por el diálogo, dialogar se vuelve sinónimo de transigir, de ceder, de abdicar. Y no de intercambiar opiniones, discutir propuestas y llegar a acuerdos, sin que el diálogo implique menoscabar las diferencias políticas. En una democracia, sólo la unanimidad debería ser sospechosa, pero no la construcción de alianzas temporales y de mayorías parlamentarias.
La segunda asignatura que debe acreditar el nuevo responsable de la política interior consiste en otorgarle significados a los encuentros con los actores políticos. Se trata de formular y socializar un marco de referencia mínimo respecto de los valores que se quieren impulsar, así como de los objetivos estratégicos que se pretende conseguir con la promoción del diálogo.
Para ello habría que contestar la siguiente pregunta: ¿diálogo político, para qué y por qué? La sociedad mexicana espera que los políticos y el gobierno pongan en circulación sus propuestas y argumentos. Y que en caso de no estar de acuerdo, que no se cancele la posibilidad de reiniciar el diálogo, tantas veces como sea necesario. Es preciso respetar el principio de que se puede estar de acuerdo en no estar de acuerdo.
Las mayorías de hoy pueden volverse minorías en el futuro y viceversa. En una democracia, esta posibilidad siempre queda abierta para la elección siguiente. Por eso no puede condenarse al desprestigio el recurso fundamental de la vida democrática que representa el diálogo político. Especialmente porque ninguna fuerza política puede imponer por sí misma ninguna idea ni propuesta en la arena parlamentaria.
Doctor en Ciencia Política y Sociología
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